jueves, 24 de noviembre de 2005

LAS CRINES VERDES

Retrato de una obsesión. Ida y vuelta. Te rapta de la rutina existencial de una manera atroz. El síndrome de Estocolmo no conoció víctima más complaciente. Dura poco en tu mente y con la misma brutalidad te deja en el mismo sitio de donde te arrebató. El intervalo, sin embargo, es sensualmente indescriptible -aunque sepas que el final será inminente e irremediable-.
La imaginación, su elevación, la sensación de libertad, más preciada aún que la libertad misma; eso son las crines verdes.

Isla Cristina. Huelva. Foto © Jesús Martín Camacho. 2005


Pasas, vestida de mar, rebanando olores que queman mi garganta,
Dejas caer tu intensidad no más para que me vea incapaz de adorarla
Y me despelleje en ritmos cotidianos, sepulturas mohosas que
Sólo esperan el paso del tiempo adocenado.

Te veo venir, pero sólo me puedo arquear y malear mi fuero.
Inocente, la culpa empieza a arañar mi conciencia,
Revuelve la cadena de incomprensiones que me excitan
Y metamorfosea los nudos de mi actitud en discapacidad plena.

Hoy no caminas y yo te veo venir entre crines de caballos verdes,
¡Cuánto puedo vislumbrar de tu imagen preñada de incisos!
La voz no desmenuza mis labios ni pretende liberarse.

Ya ni siquiera te veo cuando no estás ahí, interrogante.
El camino simplemente se recuesta sobre sí mismo y calla.
Sólo queda estar a la espera sin que ocurra nada. Abulia.

© Jesús Martín Camacho. 2001

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