lunes, 18 de junio de 2007

EL AMIGO ADOLFO



El amigo Adolfo espera impaciente la jubilación. Tiene prisa porque le aguarda La encina del Tojal: la casa que le están terminando, el pozo que él mismo se está construyendo, los pinos limpiados, los tojos amenazantes, su medio pantano, las vistas de los campos, de la fina franja de mar que se vislumbra (más que suficiente) y el atardecer. A Adolfo le acompaña siempre un recuerdo insustituible; él lo lleva a pasear por los campos, los naranjos, las encinas y las vereda atacadas por liebres. Habla con orgullo, alegría y repentinas risotadas de su tierra; con melancolía, cariño y resignación de su gente y el pasado. Y, mientras, sigue pintando. Fotogafié algunos de sus cuadros en su estudio; vi muchos más en su casa. Lo único que hay en su nuevo retiro -todavía inhabitable- es una mecedora, que mira a su tierra, y un caballete, que le espera. Descansar, disfrutar y pintar. Seguir pintando.
El amigo Adolfo me regaló una de mis mejores tardes en Lepe. Gracias, compañero.


Pincel y agua
El sol en el lienzo
Se seca el cuadro

© jesús martín camacho.




La encina del Tojal, Lepe. Huelva. Fotos: © jesús martín camacho.2007.

jueves, 14 de junio de 2007

LA VILLE DE PARIS ET SES GENS

No se olía la vida. Apenas había personas. La proporción entre fotos de paisajes, monumentos, edificios y fotos con personas era abrumadoramente favorable para el primer grupo.

Pero llegó París. Y la situación cambió. No tenía una especial predilección por este destino, pero a ella le bastó un par de horas para hacerme cambiar de opinión. Me enamoré de la ciudad y de sus habitantes. No de los que tratan con el turista, sino de aquéllos otros a los que no hablaba, a los que sólo miraba, los que estaban haciendo su vida con normalidad -o no, quién sabe-, los que me ofrecieron las mejores fotos. Os los presento:


Ella hace una pausa en su trabajo. Lleva toda la mañana entre flores. No es tan agradable como la gente piensa. Sale a la puerta para tomar un café en vaso de plastico mientras fuma un cigarro y conversa. Un verdadero descanso.



Hay gente que trabaja y gente que ve trabajar. Ha visto a tantos que su mirada ya no la ocupa la envidia, la queja, la amargura o la desilusión. Acepta su modo de vida. Aguarda su destino.

A él sí que le gustaría que le vieran trabajar, no sólo que lo escucharan. Resignado, hace el mismo caso a sus oyentes que ellos a él.


Y hay otro tipo de espera. Tiempo de tranquilidad, tiempo de paciencia. Uno se dedica a observar hasta que llegue el tiempo de irse; otra, serena ante la taza de café, filtra a través del teléfono lánguidas palabras en tono semejante a las que escucha provinientes del otro lado. SU postura es tan relajada como debe de ser la conversación. No puedo dejar de mirarla.


Ella no está serena. Su espera no es calma. Tiene una cita. Está impaciente, quizá nerviosa. Ha llegado temprano. Hay concierto en la calle. Le servirá para entretenerse. Pero apenas le presta atención al principio. Sus suposiciones y perspectivas para la noche se lo impiden. Sin embargo, infiltrándose, la música aprovecha los resquicios y se apodera de su cabeza. Cada vez son menos los pensamientos; cada vez, más las canciones. Le gusta lo que oye. Se siente parte del público. Se deja llevar. No piensa. Ya llegará su cita:


Puede que no haya nada en las esculturas de Rodin que les despierte el deseo. Tal vez su museo, las figuras de la casa, las estatuas paseando por los jardines, el césped, el lago artifical no les incite a la pasión. Probablemente no necesiten nada para buscarse el uno al otro. ¿O sí?


La Ópera es magnífica, sí; el edificio es impresionante, sin duda; uno respira grandeza, por supuesto; pero lo que les entretienen son las palomas.

En el cementerio de Montparnasse, en cambio, los únicos que conversan día tras día con los muertos son los cuervos. Son sus amigos, sus intérpretes, sus dueños.

Demasiados libros en las estanterías de Gilbert. Los jóvenes y bellos se quedan. Los viejos, a los que nadie presta atención, son retirados a los almacenes y, poco después, en grandes sacos, son dejados a la intemperie. Ellos nunca lo harían. La gente se lo reconoce y quién sabe si por afán de posesión, de adquisición gratuita o de placer por encontrar alguna sorpresa, se echa encima de ellos y se los disputan:



La cola para la taquilla. Suerte: hoy no hay mucha gente. Todavía. El estreno: Angel face, de Otto Preminger (1952). Y es en pantalla grande, y en V.O. Realemente, Jean Simmons da miedo.

Podrían ser les amants du Pont-Neuf. Pero no es el Puente Nuevo y -mucho me temo- el tiempo de ser amantes les queda demasiado atrás. Están recogiendo pedazos compartidos. Se los disputan. A partir de ahora cada uno tendrá los suyos. Que hagan con ello lo que quieran -o lo que puedan-.

Fotos: © jesús martín camacho.2007.

1. Montmartre.

2. Bvd. de Sebastopol.

3 y 4. Place Georges Pompidou.

5 y 6. Blvd. Saint Michelle

7. Museo Rodin

8. Escaleras de l'Opéra National de Paris

9. Cementerio de Montparnasse.

10-13: Blvd. Saint-Michelle

14. Cinémas Action ecolé.

15. Pont Marie con Notre-Dame al fondo.

jueves, 7 de junio de 2007

PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

César Vallejo, con su viejo gabán negro, se sienta en un banco de París. Hastiado, deprimido, se siente pesado, como una piedra negra sobre una piedra blanca. Ha visto ya el día de su entierro. Ha soñado con él, por eso desde su presente recuerda su futuro.
El poeta peruano murió en París, efectivamente, pero no en otoño, sino en abril. Una lluvia fina pero persistente empapó a los que asistieron a su entierro en el cementerio de Montparnasse, donde él deseaba descansar.

Tumba de César Vallejo en el cementerio de Montparnasse. París.

Les dejo con "Piedra negra sobre una piedra blanca", de su libro Poemas humanos (y sigo aprendiendo...). Disfrutenlo. Impresionante:
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

Lluvia sobre el cementerio de Montparnasse. París.
Fotos:© jesús martín camacho.2007.