miércoles, 21 de junio de 2006

UNA ROSA DE LA TUMBA DE HOMERO

Una maravilla (no caigo en el tópico de decir pequeña maravilla: la calidad no está reñida con la brevedad) de Hans Christian Andersen dedicada a uno de los escritores que más admiró: Homero.


Una rosa de la tumba de Homero
En todas las canciones del Oriente resuena el amor del ruiseñor por la rosa; en las claras y mudas noches estrelladas, el alado cantor ofrece una serenata a su aromática flor.
No lejos de Esmirna, bajo los altos plátanos donde el mercader conduce sus cargados camellos, que alzan orgullosos sus largos cuellos y pisan con sus cascos una tierra sagrada, vi una vez un rosal. Entre las ramas de los altos árboles volaban las palomas torcaces, y sus plumas refulgían cuando un rayo de sol caía sobre ellas, y parecían como de madreperla.
En el rosal había una flor de las más bellas, y para ella cantaba el ruiseñor las aflicciones de su amor; pero la rosa callaba. No había en sus pétalos ni una gota de rocío como una lágrima de compasión, e inclinaba sus ramas sobre unas grandes piedras.
- ¡Aquí reposa el más grande cantor de la tierra! – dijo la rosa -. Sobre su tumba exhalaré mi aroma, sobre ella dejaré caer mis pétalos cuando los arranque la tormenta. El cantor de la Ilíada se hizo tierra en esta tierra de la que yo he surgido. Yo, una rosa de la tumba de Homero, soy demasiado sagrada para florecer por un pobre ruiseñor.
Y el ruiseñor siguió cantando hasta morir.
Llegó el camellero con sus camellos cargados y sus esclavos negros; su hijito encontró el pájaro muerto y enterró al pequeño cantor en la gran tumba de Homero; y la rosa se estremeció con el viento. Llegó la noche, la rosa plegó sus pétalos y soñó: Era un precioso día de sol. Llegó un grupo de extranjeros que peregrinaban a la tumba de Homero. Entre los extranjeros había un cantor del norte, del país de las nieblas y la aurora boreal. Arrancó la rosa, la metió entre las páginas de un libro y se la llevó con él a otra parte del mundo, a su lejana patria. Y la rosa se marchitó de pena y yacía en la estrechez de las páginas del libro, que él abrió en su casa diciendo: «He aquí una rosa de la tumba de Homero».
Eso soñó la flor, y al despertar se estremeció con el viento; una gota de rocío cayó desde sus pétalos sobre la tumba del cantor, y el sol se alzó, el día se hizo cálido y la rosa enrojeció aún más hermosa, allí en su cálida Asia. Sonaron entonces unos pasos, llegaron unos extranjeros como los que la rosa había visto en su sueño, y entre los extranjeros había un poeta del norte. Arrancó la rosa, depositó un beso en su fresca boca y se la llevó a su país de las nieblas y auroras boreales.
Como una momia, el cadáver de la flor reposa entre las hojas del libro, y como en el sueño oye al poeta abrir el libro y decir: «¡He aquí una rosa de la tumba de Homero!».

Hans Christian Andersen

Homero

viernes, 16 de junio de 2006

¡EPA!

Una de las mayores satisfacciones que me dio el comenzar mi vida laboral fue disponer de dinero para empezar a viajar. Uno de los mejores aspectos de mi trabajo es gozar de muchas vacaciones para poder hacerlo repetidamente a lo largo del año. Sabido esto, una de las mayores tonterías que podría hacer es desperdiciar estas condiciones y no largarme cada vez que pueda antes de que me impida hacerlo cualquier hipoteca o letra. A la espera de los viajes veraniegos, dejo puestas algunas fotos de mi segunda visita al País Vasco: si en la primera San Sebastián fue el lugar principal, esta vez fue Bilbao. Y, si me dan a elegir, me quedo con esta segunda. En la entrada anterior puse fotos de la costa de Vizcaya, ahora toca de la capital:

Museo Guggenheim. Bilbao

Museo Guggenheim. Bilbao.

Catedral de Santiago. Bilbao

Ahora, algunas de San Sebastián:

Ayuntamiento. San Sebastián.

Basílica de Santa María. San Sebastián.






El Peine del Viento. San Sebastián
Y, por último, Gernika:

Gure aitaren etxea. Parque de los pueblos de Europa. Gernika. Vizcaya.

Gran figura en un refugio. Parque de los pueblos de Europa. Gernika. Vizcaya.

Fotos: © jesús martín camacho. 2006.

SAN JUAN DE GAZTELUGATXE




Hay lugares en los que le jode a uno encontrarse con un montón de gente. Lugares que uno preferiría disfrutar solo. Cualquier mínimo ruido que no sea connatural a él, lo afea y destruye un poquito. No digamos el ataque de los turistas. Y lo peor es que ¡tú mismo eres uno de ellos, con el mismo derecho de visitarlo! La visita masiva de gente estropeó mi recuerdo del Monte de Santa Tecla (Lugo), del poblado celta que descansa en su falda, y del Cabo da Roca, en Portugal, por poner dos ejemplos; me pude librar de ello en Cruz Alta (Sintra) y, sobre todo, en la Acrópolis de Atenas (increíble, pero el tiempo lluvioso obró el milagro).

Aquí, sin embargo,en San Juan de Gaztelugatxe, aunque éramos muchos los que estábamos allí ese domingo -mala elección la del día-, esto no impidió que disfrutara de sus vistas y de la subida a la ermita. La roca fue en un principio una isla, pero con posterioridad se le añadió un puente para que pudieran pasar los peregrinos, cada vez más numerosos. Una vez en la "isla", 231 peldaños de via crucis separan al fiel del templo, situado a unos cien metros por encima del nivel del mar.

Ermita de San Juan de Gaztelugatxe. Carretera de Bermeo a Bakio. Vizcaya. Fotos: © jesús martín camacho. 2006.

martes, 13 de junio de 2006

SUGERENCIAS CINEMATOGRÁFICAS (III): PAT GARRET Y BILLY THE KID

Pat Garret & Billy The Kid (1973). Nacionalidad: Estadounidense. Director: Sam Peckinpah. Guión: Rudy Wurlitzer. Intérpretes: James Coburn (Pat Garret); Kris Kristofferson (Billy el Niño); Bob Dylan (Alias); Richard Jaeckel (Sheriff Kip McKinney); Katy Jurado (Mrs. Baker); Chill Wills (Lemuel). Música: Bob Dylan. Premios: Nominado Kris Kristofferson en los BAFTA al mejor actor novel.

Los tiempos están cambiando. Pat Garret y Billy el Niño se reencuentran en Nuevo México. Mientras Billy bebe, Pat le comenta que va a ser nombrado sheriff de ese territorio; que le han contratado para que lo mate; que será mejor que cruce la frontera. Billy no está dispuesto a hacerlo. Pat le da la espalda y sale de la cantina. Monta su caballo y se marcha. "¿Por qué no aprovechaste para matarle, Billy?" "¿Matarlo? Es mi amigo".
Dos palabras y aquí esta la película: amistad y muerte. Ése es el poema. Ésta es la épica entre dos personajes condenados a enfrentarse ahora que los tiempos están cambiando. Ahora, que uno de ellos intenta evolucionar y que el otro se resiste, no queda más que llamar a las puertas del cielo. Uno y otro. Y la civilización se les viene encima.


Una película a disfrutar en muchos aspectos. En lo visual, Peckinpah no se regodea insistentemente en sus consabidas imágenes ralentizadas; y sus planos, bastante sostenidos, abarcan la ubicación de los personajes a lo John Ford; en lo narrativo, el poema se desarrolla sin ninguna brusquedad y con un ritmo acorde a él; la música, a pesar de lo controvertida que pueda parecer a algunos (a mí, no) la participación de Bob Dylan y sus canciones, le viene como anillo al dedo; incluso la falta de música: maravillosamente presente en su ausencia en las dos escenas finales.
En fin, una película que habla de la amistad y de la muerte. Del aceptar los nuevos tiempos, aunque sepa amargo, o no hacerlo, aunque sepa a tumba. De cielos azules y de fuertes arrumbados. De encargos y de posturas vitales. De mínimos gestos y de menos palabras. De todo el tiempo que ha pasado y del poco que queda. De la amistad y la muerte.


Pat: Parece como si... los tiempos estuvieran cambiando.
Billy: Los tiempos puede. Yo, no.

MÚSICA

Para Christian, por hacer de hermano mayor e introducirme
en la buena música, el buen cine y la buena literatura.
Entonces apareció aquel hombre. Llevaba una guitarra y un pequeño amplificador. Lo plantó cerca de los bancos de la plaza, allí donde había más gente, y lo encendió. La mayoría de los presentes apenas le dirigió un par de miradas cuando, sorprendidos por el sonido de la música, comenzó a tocar. ¡Al instante retomaron sus vanas conversaciones, sus insulsos chismorreos, sus patéticas inquietudes! Dejé a mis amigas jugando, me separé un poco y me senté a escuchar. No pasó mucho tiempo hasta que el músico se dio cuenta de que nadie le atendía, y, ya a punto de recoger su humilde equipo, me miró. Bajé la vista, incómoda. Cuando la levanté, seguía observándome. Me sonrió. Se acercó hacia mí. Probablemente pensaría que ganándose el interés de una niña pequeña conseguiría al menos unas monedas de sus padres; o quizá no, quizá le recordase a él de niño. Sea como fuere, si era realmente así, no habría caído en ello ni me hubiese importado lo más mínimo. Ahora yo era su única espectadora y lo que sonaba tenía cada vez un aire más exclusivo e íntimo. Ya no sentía vergüenza. Me giré completamente y me quedé embobada. Él debió de sentir ese interés, porque ya no tocaba canciones más o menos populares, sino que comenzó a versionar de piezas clásicas. Aquello terminó por cautivarme. Se acercó y se acomodó en el suelo. Continuó tocando. Sólo para mí.

Plaza Mayor. Bilbao. Foto: © Jesús Martín Camacho. 2006.