domingo, 18 de febrero de 2007

RUSKI Y ARGO

Para la hermosa Inés, -ahora más que nunca!- que hace poco tuvo que decir adiós.

Corteconcepción, Huelva.2006.

No me gustan los animales. Dicho así suena horrible. Pero es verdad. No tengo por ellos ningún sentimiento de cariño especial o debilidad ante su hermosura, habilidades, etc. Nunca he sabido el motivo. Hasta ahora. Mi hermano, el único ser más desmemoriado que yo para los recuerdos, me vino el otro día con que últimamente le venían a la mente pequeños detalles de nuestra infancia y ponía como ejemplo un balancín en forma de caballo que en vez de juguete servía de armario-perchero (lo tuvimos hasta probablemente los 16 y 14 años ¡nos imagináis cabalgando en é a esa edadl!). No sé si fue por ese comentario o por la imagen del animal (aún lo veo con la ropa que nos teníamos que poner al día siguiente), esa misma tarde me acordé de Ruski, el primer y único perro que hemos tenido: de mi primer encuentro con él, donde casi lo aplasto con mi pie -¡cómo iba a imaginar que junto al sofá del salón en penumbra (hora de la siesta), dormitaba un nuevo miembro de la familia!-; de cómo daba los buenos días desde el último escalón de la escalera al primero de nosotros que abría la puerta del pasillo de los dormitorios; de los últimos tiempos en su caseta de la azotea. Todo hasta que un domingo, a la hora de Gente menuda, menuda gente y El padre Murphy, dejé de verlo para siempre. Mi padre, ante las quejas del vecino (de la vecina, más bien), se lo llevó. Tanto lloré que ahora pienso que fue entonces cuando me di cuenta de lo que significaba la impotencia y la inutilidad de querer tener lo que ya no puedes y nunca podrás recobrar. Con Ruski se fue mi amor por los animales.

Teatro de Epidauro. Grecia. 2006.

En estos días, releyendo la Odisea, di con un pasaje maravilloso que resume en unos párrafos lo bella que puede ser una relación entre un hombre y su perro; les comento: Odiseo / Ulises, tras veinte años de viajes erráticos y dificultades, regresa por fin a casa tras la guerra de Troya. Su palacio está tomado por los pretendientes de su mujer, Penélope, a quien creen viuda. Odiseo por tanto ha de llegar de incógnito y lo hace disfrazado de mendigo. Mientras habla con un esclavo, ve a su perro Argo, bello, robusto y ágil animal mientras su dueño estaba en casa, pero abandonado y despreciado una vez que marchó a la guerra. El perro, moribundo, lo reconoce nada más verlo; Odiseo, con lágrimas en los ojos ante el lastimero estado del animal, debe ignorarlo para no delatarse. El pobre animal, una vez que ha vuelto a ver a su amo, ya no tiene por qué soportar la humillante y dolorosa existencia de las dos últimas décadas. Muere en paz. Disfruten del relato. Conmovedor y dramático. Merece la pena:


Universidad de Atenas. Grecia.2006.

"Así hablaban entre sí. Entonces un perro que estaba tumba­do enderezó la cabeza y las orejas, el perro Argos, a quien el sufridor Odiseo había criado, aunque no pudo disfrutar de él, pues antes se marchó a la divina Troya. Al principio le solían llevar los jóvenes a perseguir cabras montaraces, ciervos y lie­bres, pero ahora yacía despreciado ‑una vez que se hubo au­sentado Odiseo‑ entre el estiércol de mulos y vacas que esta­ba amontonado ante la puerta a fin de que los siervos de Odi­seo se lo llevaran para abonar sus extensos campos. Allí estaba tumbado el perro Argos, lleno de pulgas. Cuando vio a Odiseo cerca, entonces sí que movió la cola y dejó caer sus orejas, pero ya no podia acercarse a su amo. Entonces Odiseo, que le vio desde lejos, se enjugó una lágrima sin que se percatara Eumeo y le preguntó:

«Eumeo, es extraño que este perro esté tumbado entre el es­tiércol. Su cuerpo es hermoso, aunque ignoro si, además de hermoso, era rápido en la carrera o, por el contrario, era como esos perros falderos que crían los señores por lujo.»

Y contestándole dijiste, porquero Eumeo:

«Este perro era de un hombre que ha muerto lejos de aquí. Si su cuerpo y obras fueron como cuando lo dejó Odiseo al marchar a Troya, pronto lo admirarías al contemplar su rapi­dez y vigor, que nunca salía huyendo de ninguna bestia en la profundidad del espeso bosque cuando la perseguía‑pues tam­bién era muy diestro en seguir el rastro. Pero ahora lo tie­ne vencido la desgracia, pues su amo ha perecido lejos de su patria y las mujeres no se cuidan de él (...)

Así diciendo entró en la morada (...) Y a Argos le arrebató el destino de la negra muerte al ver a Odiseo después de veinte años".

Panteón de la Acrópolis. Atenas, Grecia.2006.

Fotos: © jesús martín camacho.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hey, nen, hay se acabaron nuestras mascotas y problablemente las de la generación venidera.

Iesus dijo...

Por nuestra parte, seguro, hermano.

Víctor Salas dijo...

Me duele ver como tienes mejor vista que yo para eso de la fotografía, si bien es cierto que se pueden mejorar las fotos, antes hay que verlas y es donde yo me quedo corto.